El electorado incoherente.
En la República Dominicana, el ciudadano promedio exige políticos honestos, preparados y desinteresados. Pero, al mismo tiempo, rechaza que esos políticos cobren por su trabajo, pide que tengan una profesión paralela, y se opone al financiamiento público de los partidos.
Esa contradicción revela una profunda incoherencia cultural: queremos buena política, pero negamos las condiciones mínimas para que exista.
Una herencia de desconfianza
Durante siglos, el poder político dominicano ha sido asociado, y no del todo injustificadamente, como un medio de enriquecimiento personal ilicito, no de servicio público. Desde Colón hasta los gobiernos clientelistas de hoy, pasando por los de antaño, la política se entendió como botín.
Por eso, muchos dominicanos aún ven el salario de un funcionario no como un pago justo, sino como una recompensa ilegítima. En el imaginario colectivo, “el político que cobra” es sinónimo de “el político que roba”.
El resentimiento como ideología
Existe, además, un componente emocional: una mezcla de resentimiento y venganza simbólica hacia la clase dirigente. Como el sistema parece amañado, y de hecho lo esta, y las oportunidades siguen siendo desiguales, la meritocracia conquista pendiente, se castiga al político exigiéndole sacrificio.
“Que no cobren”, “que trabajen por amor al pueblo” —frases que suenan justas, pero que en realidad son un reflejo del dolor social acumulado. Esa lógica solo favorece a los que ya tienen dinero privado detrás: los empresarios, los herederos, los “vivos”.
El espejismo del populismo
El populismo se alimenta de esa confusión. Promete “acabar con los privilegios” sin explicar que eliminar sueldos o financiamiento público abre la puerta al dinero sucio y a los intereses privados.
Sin financiamiento público, la política no se limpia: se privatiza.
Y un político que no depende del Estado, depende de alguien más.
Comparto plenamente que servir es un privilegio, como bien se ha dicho, la gente no tiene derecho “a ser elegida”, sino a “aspirar a ser elegida”. Es menester eliminar privilegios espurios, como reza el logo del partido de Balaguer: ni injusticias ni privilegios. No hay pero que valga, más no deja de ser cierto que el politico que depende se su empresa privada bienhabida, de otro empleo, o de su bufete de abogados es tan problemático como el funcionario que gana tres millones de pesos mensuales con derecho a pensión vitalicia tras 90 dias de ejercicio. ¡Todo está en el equilibrio!
Sin instituciones, no hay ética
El fondo del problema es institucional.
En nuestra cultura, se confía en “el hombre” antes que en “el sistema”. Queremos un líder mesiánico que nos salve, pero desconfiamos de las estructuras que profesionalizan la política.
Sin embargo, ningún país serio se construye con héroes voluntarios, sino con instituciones que garanticen transparencia, control y estabilidad. Un político debe ser un profesional del Estado, no un benefactor ocasional.
El ciclo del cinismo
La consecuencia es un círculo vicioso:
desconfío de los políticos → no quiero pagarles → solo los corruptos pueden entrar → confirmo que todos son corruptos → sigo desconfiando.
Ese cinismo, que parece lucidez, termina saboteando los valores que deben predominar en una democracia sólida desde adentro.
Conclusión
La política es un oficio.
Requiere formación, tiempo y compromiso, igual que la medicina, la abogacía, la ingeniería, el periodismo y la docencia. Pretender que se haga gratis o a medio tiempo es condenarla a la mediocridad y al chantaje económico.
Mientras el electorado no entienda que la política cuesta dinero, pero la corrupción cuesta mucho más, seguiremos repitiendo el mismo error: exigir milagros en un sistema diseñado para impedirlos.
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