Quisiera compartir, con humildad y respeto, una inquietud que en los últimos tiempos he llevado en el corazón, y que tal vez algunos ya han notado en mis gestos y silencios.
Me refiero a la percepción de cierta distancia, quizás incluso de incomodidad, ante la candidatura presidencial del Honorable Ministro David Collado, mi primo, a quien quiero sinceramente y por quien guardo un afecto que el tiempo no ha desgastado. No se trata, Dios me libre, de un juicio personal. Lo conozco como un hombre valiente, con intenciones nobles, que —como todos los que intentamos servir en la vida pública con principios— carga también con sus propias encrucijadas.
Mi reserva no nace de su persona, sino de ciertos vínculos y decisiones que, desde mi modesta perspectiva, lo han llevado por caminos que me generan una preocupación profunda, casi espiritual. Y en conciencia, no podría acompañar un proyecto que me ponga en contradicción con valores que considero no negociables.
Una postura crítica de mi parte, en ese contexto, no sería fruto de enemistad ni de rivalidad, sino de fidelidad a esos principios. Pero temo que ello impondría, en caso de llegar a gobernar, un tono de relación que haría más difícil el diálogo y menos armoniosa la vida institucional.
Espero, con esperanza serena, que estos desacuerdos puedan encontrar una salida digna y oportuna. Porque hay cosas —como la verdad, la decencia y la dignidad— que no deben venderse ni cederse, aun cuando la oferta venga envuelta en buenas intenciones.
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