¡Oh, perredeísmo de mis entrañas!
No como etiqueta vacía, ni sigla marchita, sino como latido hondo, herencia viva que habita en mi sangre y en mis sueños de patria digna.
Me siento parte de ese perredeísmo histórico, de ese río caudaloso de esperanza popular que, aunque hoy fluye en afluentes diversos y se desparrama en partidos distintos, sigue siendo un solo espíritu, un solo fuego, una sola bandera de justicia social y amor por el pueblo.
Recuerdo, con ternura política y agradecimiento fraterno, cuando mi querido amigo Hecmilio Galván, hoy Director del FEDA, me tendió la mano de la confianza y me susurró el porvenir: “Apoya al doctor Abinader.”
En mi pecho rugían las dudas, como truenos de conciencia.
Pero una corazonada indómita, un instinto casi sagrado, me dijo: hazlo.
Hazlo por lo que fuiste, por lo que eres, por lo que sueñas.
Y así, sin miedo, di un paso al frente y me negué —con convicción tranquila— al continuismo desgastado del PLD, partido que también brota del tronco perredeísta, pero que entonces encarnaba un modelo agotado en la figura del ministro Castillo.
Como fiel discípulo del doctor Balaguer, creo firmemente en la gobernabilidad como deber sagrado, como acto de amor a la patria.
Y como estudiante apasionado de Juan Bosch, comprendo que la política es el arte de lo posible, y los hombres, siendo imperfectos, hacen lo que pueden con las herramientas que les da el tiempo.
Ah, y cómo olvidar al inmenso Peña Gómez, tercer patricio de la Cuarta República por mandato legislativo, pero por mandato del corazón… mucho más:
el símbolo de un pueblo que nunca se rinde,
el eco viviente de una política con alma,
la encarnación de una identidad de lucha, de decencia, de amor al otro.
En estos tiempos —tiempos líquidos, tiempos de transición—, celebro que este gobierno hace lo imposible por representarme.
Celebro, con la modestia del ciudadano que cree en el futuro, los esfuerzos por dignificar la política, por tecnificar el Estado, por entender que los hombres hacen su historia, pero no siempre en las circunstancias que ellos quisieran.
¿Latinoamérica potencia? Tal vez, si Dios y el tiempo lo permiten, dentro de cien años.
Pero hoy, con los pies en esta tierra caliente y fértil, doy mi visto bueno a las políticas que abren puertas, que cuidan el clima de inversión, que buscan atraer capital para crear empleos decentes y hacer de esta media isla un rincón más justo del mundo.
Aplaudo —con la esperanza de quien quiere ver el campo florecer—
que entendamos que, antes de controlar el 2.5% del mercado mundial de guacamole con una marca dominicana, debemos aprender a cultivar buen aguacate, exportar con seriedad, portarnos bien en los mercados internacionales, y luego, quizás, montar nuestra gran fábrica aquí.
Sí, celebro:
🌱 una mayor atención al Medio Ambiente,
⚖️ una lucha seria por la independencia del Poder Judicial,
🌍 mejores relaciones con Venezuela, MERCOSUR, CARICOM,
💰 una diplomacia madura con empresas como Barrick Gold.
Hay vientos de cambio, y aunque no todo es perfecto, el rumbo ha mejorado.
Y por eso, con la emoción del dominicano agradecido, con la firmeza del ciudadano comprometido y con el corazón lleno de razones,
le doy mi respaldo a mi tío Luis SE —como afectuosamente lo llamo— para seguir promoviendo un clima de gobernabilidad que permita el crecimiento económico con desarrollo humano.
Es cuanto.
Y es mucho.
Es patria.
Es amor.
Es perredeísmo, aunque se nos haya dispersado el mapa.
Pero no el corazón.
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